Benedicto XVI promete “incondicional obediencia”
al nuevo Papa.
Se han apagado las luces de la plaza de San Pedro de
Roma, y la figura blanca de Benedicto XVI no la veremos en el futuro. Ha dejado
de ser Papa “por el bien de la Iglesia” dado su estado débil de salud. Hemos
entrado en el periodo de Sede Vacante en Roma, un periodo de mucha reflexión y
de oración para toda la Iglesia y de modo particular para el Colegio de
Cardenales, en especial los 115 cardenales electores que deberán elegir al
próximo papa. Antes de salir del Vaticano Benedicto XVI dijo a los cardenales
que “prometo mi incondicional reverencia y obediencia” al nuevo Papa que
aseguraba estaba entre los cardenales.
Benedicto XVI se fue por voluntad propia, en “plena
libertad”, como dijo, y se despidió de los fieles y del mundo en una austera
Audiencia General el pasado miércoles día 27. Benedicto XVI ya no vestía la muceta
de Pontífice, llevaba solo un abrigo blanco, pero desgranó un discurso en el
que abrió su corazón y su alma a toda la Iglesia, con palabras de gratitud a
todos: “nunca me he sentido solo”. Es la primera vez en la historia que un papa
se despide de todos con alto sentido de la responsabilidad y abriendo sus
sentimientos ante el pueblo. Benedicto XVI sintió no solo la cercanía de Dios
(“he podido percibir su presencia todos los días”, dijo), sino también la de
los fieles, la gente sencilla que le escribía como a un padre o un hermano, por
eso dijo que la Iglesia “hoy está viva” porque me escriben “desde lo más
profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño”, y sentir que la Iglesia
une a todos en el Cuerpo de Jesucristo.
Benedicto XVI dijo también que la barca de Pedro no la lleva
el papa, “la barca no es mía, no es nuestra, sino que es de Dios”, a través de
los hombres que ha elegido, quien a veces permite que la barca navegue en la
tempestad como si Dios no se dejara ver.
Roma se ha quedado sin su Obispo, que es a la vez el
Pontífice de la Iglesia Universal. En la oscuridad de la plaza de San Pedro se
palpa la tristeza que un hombre bueno, un hombre humilde, Benedicto XVI, ya no
está. Pero al mismo tiempo se levanta la esperanza de que pronto habrá un nuevo
papa que guiará la barca de Pedro, con más juventud. La barca de Pedro no se
hundirá porque la sostiene Jesucristo, quien dijo: “Yo estaré hasta el fin de
los tiempos”.
Ahora el Papa Emérito, tal es su título, está en el
Palacio Apostólico de Castel Gandolfo , a unos 30 kilómetros de Roma, y a la
espera que estén aderezadas las dos habitaciones que tendrá dentro del Vaticano
donde pasará el resto de sus días. La decisión de permanecer en el Vaticano es
personal de Benedicto XVI porque aquí ha pasado sus últimos 30 años y también
por motivos de seguridad personal y para la Iglesia: en el Vaticano no hará
sombra a nadie, contra lo que algunos han dicho, pasará oculto, desapercibido.
Ayer vimos su saludo a los cardenales, su despedida del Vaticano, su llegada a
Castel Gandolfo, todo enmarcado en una sencillez que ha sido constante en su
pontificado. Algunos lloraban: es difícil despojarse de una paternidad.
Curiosamente, el último obispo de recibió Benedicto
XVI fue el arzobispo de la Seu D’Urgell, Joan Enric Vives, que resulta ser es
el único obispo de la iglesia que ostenta un poder temporal: el de Co-Príncipe
de Andorra, principado que comparte con el presidente de Francia, desde hace
más de 700 años.
Inicia la Sede Vacante
Con el inicio de la Sede Vacante, han cesado los
prefectos de las congregaciones de la Curia, los presidentes de los
secretariados y de los Consejos Pontificios. La Curia en pleno –que es el
órgano de gobierno que tiene el papa para la Iglesia—solo se ocupa de la
ordinaria administración, sin que pueda tomar decisiones que corresponden al
papa. Lo mismo vale para el cardenal Camarlengo, que es el secretario de Estado
en funciones Tarcisio Bertone, quien se encarga de los reparativos materiales
para el próximo papa tal como establece la Constitución Apostólica, Universi Dominici Gregis sobre la
elección del papa.
Todos lo cardenales, tanto los electores como los no
electores (los que han superado la edad de 80 años), se reunirán a partir de
ahora en Congregaciones o reuniones, en las que estudian y analizan cuáles son
las necesidades de la Iglesia en los momentos actuales y de cara al futuro, y ante
esta situación buscar cuál es el hombre con capacidad para llevar a buen
término esta tarea, bien sabiendo que es
Dios quien rige los destinos de la nave de Pedro.
La sede vacante tiene tres momentos importantes: las
reuniones preparatorias de cardenales para convocar el Cónclave; el inicio del
Cónclave con las votaciones secretas de los cardenales, y la elección del
Pontífice, nuevo Obispo de Roma, que debe alcanzar un consenso superior a los
dos tercios de cardenales electores (79 votos). Es requisito indispensable que
el elegido acepte el oficio de Obispo de Roma. Hecha la elección se anunciará
al pueblo con la tradicional fórmula “Annuntio
vobis gaudium magnum: Habemus Papam”
(Una gran alegría os anuncio: tenemos Papa) formulada por el cardenal
Protodiácono, quien seguidamente dice el nombre del elegido y el nombre que ha
decidido tomar como Pontífice.
Durante la Sede vacante, es el momento de los
cardenales los cuales se manifiestan y deliberan colegialmente cada día hasta
la entrada en el Cónclave. Ser cardenal es una dignidad que concede el
Pontífice, que tiene como objetivo más importante poder elegir al Obispo de
Roma y Pontífice de la Iglesia Universal, así como dirigir los principales
organismos de la Curia Romana, que es el gobierno del papa. Son cardenales hoy
prácticamente todos los arzobispos de las principales diócesis del mundo, con
lo que el Colegio Cardenalicio ha adquirido una amplia universalidad. Los
cardenales electores pertenecen a 45 países de los cinco continentes, siendo
los más numerosos los italianos (27), seguidos de Estados Unidos (11), Alemania
(6), España (5), Brasil (5), India (4), Polonia (4), México (3) y Canadá (3).
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